Una España dinámica y también urbana


Aquí nuestro señorito, Pedro J. Ramírez, ha hablado en el Palomas Club (Siglo XXI) de «la España urbana y dinámica», haciéndola destinataria e inspiradora de este periódico. Efectivamente, desde la Revolución Francesa al Mayo/68, todas las revoluciones han sido urbanas y el urbanita es un ser más dinámico que el agrícola. En la Edad Media, las revoluciones, que también las había, eran campesinas y feudales, de los vinculeros y pecheros contra sus señores. Pero el campo -ay- se ha quedado atrás. El campo, la agricultura, ha sido la gran rémora de la Revolución rusa y ahora se está viendo. Todavía en Estados Unidos el gran Sur agrícola da siempre el voto reaccionario y vive en la nostalgia tennessiana (del Estado y del escritor) de un dulce esclavismo decimonónico. Pero esto no quiere decir, naturalmente, que España, toda ella un pajar, haya de seguir siendo también eso que nos decían en la escuela: «el granero de Europa». 

La reconversión industrial de este país la ha hecho González, más pariente de Joaquín Costa que de Pablo Iglesias, y eso nos ha costado muchos disgustos y riaños. Primero porque las cosas no se han hecho bien y luego porque el tirón quietista del campo es muy fuerte aquí. Del arado romano a Vandellós hay un largo tranco de Historia que el campesino aún no ha recorrido. El mito de la gran ciudad nace en el XIX con Baudelaire y Balzac , y es consecuencia de la Revolución Francesa y del Código Napoleónico (ahora vuelven el Napoleón de Stendhal y el de Bernad Shaw). Ya Ortega, frente a un cierto terruñismo del 98, nos habló de la redención de las provincias, y Azaña de los burgos podridos. Porque la provincia española, hoy autonomía, es casi siempre más agropecuaria que industrial (ah de aquellos folklóricos Polos de Desarrollo de López Opus Rodó). Hemos hecho la revolución nominal: autonomía en vez de provincia, que viene de vencida. 

Pedro J. Ramírez quiere hacer la «revolución cultural» desde la España urbana y dinámica. Ahora que las televisiones monolitizan la información (y la tele es lo único que llega a los pueblos, que el periódico no sale del Casino), es misión de quienes seguimos escribiendo a mano «urbanizar» la España profunda. Me lo decía anoche mi entrañable Carlos Luis Alvarez: -Mira, Paco, la actualidad siempre oculta la realidad. Y a la España profunda sólo llega hoy la actualidad televisiva. Eso hay que remediarlo y así entiendo yo las palabras de Ramírez, pues hizo el canto de «las minorías absolutas», y ésas empiezan por las minorías geográficas. Desde la prehistoria (que también es Historia, como insistía d'Ors), los pueblos agricultores han sido sedentarios, ya que el sembrado nunca se mueve, y de ahí viene un sedentarismo intelectual que ni Stalin por unos procedimientos ni Franco por otros lograron dinamizar. Y es que los dictadores no sirven para estas cosas. 

Y resulta que la letra impresa sigue siendo más activa que la radiotelevisión, pues la letra en la sangre entra, diría uno mejorando el cruento refrán. Somos urbanos, sí, y por urbanos dinámicos, y pensamos que urbanizar España no consiste en asfaltar la cosecha, claro, sino en asfaltar las ideas (y de paso las carreteras). Conviene saber siempre desde dónde se habla, desde dónde se escribe, y aquí nuestro señorito nos lo dijo muy claro el otro día: desde la urbe (con toda su hermosa resonancia clásica) y el dinamismo, hacia las minorías absolutas que dice PJR, o «inmensas minorías» que dijo JRJ. Roma hizo Imperio porque extendió la urbe por el orbe. La metrópoli estaba y está presente siempre en los acueductos romanos de la piedra o del Derecho. Modernidad fué el hacerse soluble lo urbano en lo silvano, redimiéndolo para siempre. En eso estamos, tronco.

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