Nacho Duato está liado con Miguel Bosé

A tres años de la llegada del valenciano Nacho Duato a la dirección de la Compañía Nacional de Danza (antes Ballet Lírico Nacional), el conjunto pide a gritos una mayor amplitud de miras al director artístico para variar la oferta, ya que los programas se hunden en una igualdad fatigante ya casi insoportable. Las coreografías están instaladas cómodamente en lo gratuito, presentadas impecablemente con diseño estético de «alta publicidad», pero aburren soberanamente, desperdician las enormes posibilidades artísticas del pequeño grupo elegido por Duato (la otra mitad sigue en el banquillo) y desmerecen el probado interés que el coreógrafo despierta en sus obras primeras.


Esto se desprende nuevamente del programa presentado en la Zarzuela, con dos obras de Duato ya estrenadas y una de Kylián de última factura, que se aleja del movimiento intencionado y dotado de sentido humano que le dio el reconocimiento de máximo renovador del ballet en los años setenta. Curiosamente parece que el cordón umbilical de Duato con Kylián se ha invertido y este Kylián parece un Duato. Lo cierto es que las dos primeras obras tienen el influjo que Forsythe ha impuesto en el ballet de los ochenta: coreografía violenta, de estructuras rítmicas rápidas y en dinámica continua (pero sin la capacidad de descomposición y fijación visual que tiene el norteamericano director del Ballet de Frankfurt).

Las músicas repetitiva de Rzewski y aleatoria de Cage no ayudan a un posible desarrollo y las coreografías «al peso» tampoco aprovechan los ambientes sonoros para variar su pulso. Así Coming queda en nada sin apoyos externos que la expliquen. Al contrario, en Stepping surge la idea pretendida (el hombre transmisor de cultura) con las simbologías y el planear de un gran triángulo con círculo sobre las cabezas de los bailarines. 

La luz como contraste continuo ofrece la alteración visual del movimiento que la coreografía no tiene, y proporciona, unida a la ruptura de planos de la escenografía cambiante un atractivo formato de suprarrealidad de tiempo fuera del tiempo. Cautiva son treinta minutos más de lo mismo, pero con aspiraciones trágicas. Aun contando con más elementos que la primera, (emocionales, descriptivos, incluso coreográficos), Duato no aprovecha la amplitud melódica de la estupenda partitura de Alberto Iglesias (justo el fuerte de Duato), aumentando la niebla de una noche interminable bailada devota y espléndidamente por toda la compañía.

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