Buscando la cuarta corona

Esta noche, a partir de las 22.30, en el Palacio de Deportes de la Comunidad de Madrid, los aficionados tendrán la oportunidad de ver al mejor boxeador del mundo. Julio César Chávez, tricampeón mundial, se enfrenta a Razor Akwei Addo, campeón africano. Chávez es un hombre bueno, que cuando se calza los guantes de cuero se convierte en un demonio, que pelea de campana a campana, que destruye a sus adversarios y encandila a las masas.

A las cinco y media de la mañana, cuando la luz del día no ha despuntado, y los noctámbulos de las discotecas de Azca y Orense aún no han paralizado su ritmo frenético, en la habitación 639 del hotel Holiday Inn suena con molesta insistencia el teléfono despertador. 

Castro Ugalde, uno de los entrenadores de Julio César Chávez, que ha dormido en el salón contiguo al dormitorio del mexicano, intenta despertar al tricampeón mundial. El cuerpo de Chávez se resiste a abandonar el lecho, su organismo le dice que algo no va bien. Anoche le costó conciliar el sueño. La diferencia de nueve horas con Los Ángeles, su residencia hasta hace unos días, ha trastocado su descanso. La vida de el mejor boxeador del mundo, libra por libra, como reza la publicidad, no es fácil. El guerrero Chávez, uno de los deportistas mejor pagados de este planeta, sabe que para conseguir sus fabulosas ganancias, -bolsas, como se dice en el argot pugilístico- debe sacrificarse. Sin haber desaparecido de su maltrecho cuerpo la paliza del día anterior y cuando todavía el calor no ha comenzado a trituramos con virulencia, el culiacano corretea por la Casa de Campo.

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