Sólo su creador puede matar a los Simpsons

Conocí a Matt Groening en la Comic-Con en San Diego, hace dos años. Me lo presentó Kim Thompson, vicepresidente de la editorial Fantagraphics. Era el último día, las mesas y casetas se estaban recogiendo, y yo, cansada del ajetreo de los días anteriores, no presté atención a su nombre. Le estreché la mano y le regalé una sonrisa convencida de que era uno de esos fanáticos coleccionistas que se arruinan en este tipo de convenciones comprando originales de gran valor. Ante mí tenía a un hombre grueso, con camiseta de algodón, pantalones vaqueros, gafitas redondas, ojos claros, barbita recortada y una voz suave y bien modulada. Le expliqué somnolienta mi proyecto sobre los cómics en el mundo hispánico y quedé en pasarle algunos artículos. No fue hasta horas después, ya tranquila en el avión, cuando caí en la cuenta de que aquel hombre de ojos azules y mirada cálida no era sino Matt Groening, el creador de Los Simpsons y una de las figuras más poderosas de la industria de la animación de EEUU.

La semana pasada, los 60 millones de televidentes en todo el mundo que siguen las provocadoras andanzas de Homer, Bart, Marge o Lisa escuchaban con desazón el anuncio del dibujante: «Creo que estamos cerca del final... Se torna cada vez más difícil no sólo sorprender al público, sino sorprendernos a nosotros mismos».

¿Estaba hablando de la muerte de la serie de animación más longeva (13 años en pantalla) y exitosa de la historia de la televisión? Dicen las malas lenguas que tras las palabras de Groening se esconde el despecho con la productora que universalizó Los Simpsons, que no le ha echo ninguna gracia que la Fox cancele la emisión de Futurama la nueva serie en la que trabaja Groening y de la que posee los derechos de autor. No así de Los Simpsons que Groening vendió a la productora en sus difíciles comienzos.Gracias a Bart y compañía la Fox se ha embolsado más de 2.400 millones de euros.

También se dice que el arrebato de Groening ha obedecido a que vive horas bajas tras su reciente separación de Deborah Caplan.Un divorcio que no sólo entraña una ruptura sentimentales sino también laboral porque Deborah era esposa y representante. Días después del apocalíptico anuncio, Groening, para alivio de admiradores, rectificaba: «No quiero que nadie piense que estoy vaticinando la desaparición de Los Simpsons. Van a seguir viviendo nuevas aventuras por muchos años. Mientras haya cosas de que reírse estaremos por aquí», aclaraba el miércoles a Reuters.

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