Matt Groening tenía un padre que se llamaba Homer

Matt Groening, de 48 años, pasó su infancia en Portland (Oregón), en un vecindario situado en medio de un parque lleno de árboles exóticos. Creció en el seno de una familia poco usual. Su abuela, una lectora empedernida de clásicos de literatura, le puso a uno de sus hijos Víctor Hugo y al otro, el padre de Matt, lo llamó Homer. Éste se ganó la vida como publicista, free-lance, dibujante de tiras cómicas y realizador de documentales. La madre de Groening es psicóloga.

Vivían cerca del viejo parque zoológico, que fue cerrado cuando Matt tenía cinco años. En el recinto abandonado Matt y sus amigos escenificaban batallas bélicas. Se metían por las grutas donde antes vivieron los osos, fingían que los huesos que encontraban eran restos humanos y se bañaban en la pequeña piscina de aguas estancadas.

En el colegio, Groening era un niño hiperactivo, incapaz de estarse quieto un minuto. Pasaba las horas dibujando caricaturas, siempre nervioso y haciendo reír a sus compañeros. Cuando la maestra le confiscaba los dibujos, aunque ya no tuviese papel, continuaba en la superficie de la mesa hasta acabar castigado a estar de pie junto a la ventana. Allí, no dudaba en juguetear con el cordel de la persiana tratando de hacer un nudo corredizo con la forma de una soga de ahorcado. Aquel niño que años más tarde alumbraría una serie emitida en 66 países, traducida al suahili y al latín y que incluso es asignatura universitaria en Escocia, era un listillo, un bocazas que siempre se metía en problemas, una especie de Bart Simpson que con frecuencia era llamado a la oficina del director para tratar de frenar su espíritu incorregible.

En una entrevista hace casi dos décadas Groening hablaba de sus maestros más autoritarios. Cuando tenía 10 años tuvo uno tan siniestro que le dedicó un diario en el que anotaba todas sus crueldades. Aquellas anotaciones le sirvieron años después como base para sus tiras tituladas School is Hell («La escuela es un infierno»).

Durante esos años escolares comenzó a obsesionarse con los monstruos. Con varios amigos formó El club de las criaturas, cuya consigna era «I'am peculiar» («soy raro»), eslogan inspirado en un anuncio de cigarrillos de aquella época que decía «I am particular» («soy particular»). El tesoro más preciado del club eran ejemplares de la revista Famous Monsters of Filmland y algunos números sueltos del Playboy, que escondían en la cocina de una vivienda abandonada. El club se disolvió cuando un chico mayor les robó las publicaciones y amenazó con chivarse de sus revistas guarras al director del colegio.

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