Bertolucci ha sido siempre un comunista

Bernardo Bertolucci, poeta, cineasta y en otro tiempo comunista de convicciones firmes, parece haber dado con el antídoto de todos los males que sufre el cine europeo. La receta. combinación del colosalismo de Hollywood con el cine de autor, está dando los mejores resultados. A los éxitos de El último emperador y El cielo protector, Bertolucci suma ahora la expectación creada por El pequeño Buda, su última película. La prensa de Hollywood le ha incluido entre los cinco directores más seguros del mundo. Detrás de Steven Spielberg, James Cameron (Terminator II) y Martin Scorsese, e inmediatamente antes que Oliver Stone. Como éste, Bertolucci vive un romance con Oriente y, en un esfuerzo por buscar paisajes exóticos con los que sorprender al público, en El pequeño Buda viaja hasta el Himalaya, para indagar en las fuentes del budismo.

En la película, Bertolucci cuenta la historia del pequeño Jesse, un niño americano de nueve años, que es reconocido como la posible reencarnación de un Lama tibetano, ya fallecido. El muchacho viaja con su padre al Tíbet, donde ha de pasar unas pruebas, junto a otros dos niños nepalíes, para confirmar sus dotes especiales. Mientras, los monjes narran a los pequeños la vida de Buda, y se produce un brusco choque entre la moderna forma de vida americana y las milenarias creencias tibetanas.

Bertolucci comenzó a gestar la idea de filmar la vida de Buda hace treinta años. En 1964, cuando tenía veintiuno, comenzaba su carrera como director y la escritora Elsa Morante le regaló un libro sobre el santo tibetano Milarepa. Diez años más tarde, tras su primer viaje a Katmandu (Nepal), se sintió más atraído por la filosofía oriental.

Después de El último emperador, unos productores de Hong Kong le ofrecieron sacar adelante el proyecto, pero no cuajó. A pesar de ese primer fracaso, su interés por el budismo aumentó. Amplió sus conocimientos con lecturas, pero nunca daba el paso decisivo. Hasta que el actor John Malkovich le regaló un Buda de marfil, durante el rodaje de El cielo protector. Un pequeño gesto que le convenció para dedicar toda su energía a hacer realidad el viejo deseo de plasmar su inquietud en una película.

A partir de ahí, se documentó en profundidad. Se hizo un asiduo de los museos Guimet, de París, y el Británico, de Londres. Leyó los libros sagrados del budismo tibetano. Se asesoró con expertos en temas religiosos y, gracias a Richard Gere, reconocido budista, logró entrevistarse con el Dalai Lama, que dio su bendición al proyecto y pisó por primera vez un cine, para asistir al pre estreno parisino de la película. Incluso contrató a un asesor espiritual durante el rodaje.

Aunque el nombre y las circunstancias se han alterado, la figura del pequeño Jesse tiene puntos de coincidencia con el niño granadino Osel, reconocido a los siete meses como la reencarnación del gran Lama Yeshe, impulsor del budismo tibetano en Occidente. El niño español, que ahora cuenta nueve años de edad, es hijo de dos budistas andaluces, Paco Hita y María Torres, y desde los seis años vive y estudia en la Universidad Monástica de Sera, al sur de la India.

De nuevo, Bertolucci ha vuelto a hacer gala de su fama de ser el director más ambicioso del viejo mundo. Si con El último emperador fue el primer cineasta al que se le permitió filmar en la Ciudad Prohibida de Pekín, ahora ha logrado llevar sus cámaras hasta el mismo techo del mundo, en el Himalaya, donde jamás se había filmado una película.

La historia de El pequeño Buda está dividida en cuatro partes, que se han rodado en Seattle (EEUU), India, Nepal y Bhután. Este último país, cuyo nombre significa «tierra del Dragón Trueno», pero que se conoce como el «Reino Prohibido», sólo admite a dos mil turistas al año y sus monarcas nunca habían autorizado a rodar una película en él.

Sin embargo, el tesón de Bertolucci venció todas las dificultades, que no fueron pocas. De todo tipo. En el plano logístico, hubo que crear una infraestructura de producción, capaz de mantener a un equipo de trescientas personas. No menores fueron los problemas artísticos, para construir los escenarios, que exigieron transformar calles enteras, edificar templos o plantar árboles. Pero las suspicacias de los grupos budistas radicales ante el hecho de que un equipo de cineastas occidentales se trasladase a los santos lugares de su fe, para narrar la vida del fundador de su religión, estuvieron a punto de echarlo todo a perder.

El primer incidente lo provocó el título de la película. A nadie le gustó que se calificase de «pequeño» a Buda. Hubo que cambiarlo por el de Pequeño Lama, que es el título que llevará en India y Nepal. En este último país, se quejaron, además, porque en la película se dice que Buda nació en la India, cuando en realidad lo hizo en Nepal. A los tibetanos no les gustó nada que el viejo lama esté interpretado por un actor chino, Ying Roucheng, el anciano gobernador de El último emperador. El resto de reparto está integrado por el cantante Chris Isack, y la joven Bridget Fonda, que encarnan a los padres del niño estadounidense que viaja a Nepal, interpretado por el debutante Alex Weisendanger.

El papel de Buda recayó en Keanu Reeves, uno de los más prometedores talentos surgidos en Hollywood durante los ochenta. El actor, que interpretó al caballero Danceny, en Las amistades peligrosas, tiene ascendientes chinos, hawaianos y europeos lo que le permite dar el tipo a la perfección. Si bien, los budistas opinan que su rostro resulta un poco delgado para el papel. Pero Bertolucci quedó tan impresionado al verle en Mi Idaho privado que no dudó en ofrecerle el personaje.

Comentarios

Entradas populares