Operaciones estéticas de las venezolanas

La oferta más estimulante que ha ofrecido el festival en su segundo día de existencia consiste en la posibilidad de observar las piernas inmarchitables de la hoy anciana Cyd Charisse, probar que la maravillosa sensación de escuchar el sonido dél mar no envejece jamás y devorar un rodaballo que no esté familiarizado con nada de lo referente a la nouvelle cuisine. Estas pequeñas cositas de la vida alivian temporalmente el inenarrable muermo que nos ha procurado a los espíritus no contaminados un par de engendros con formato de películas tituladas Río negro y La aventura de Catherine C. La primera es un intento patético de emular las hazañas e inflemos existenciales de Lope de Aguirre. 

El director Atahualpa Lichy posee más afinidades estilísticas con el universo de Cristal que con la épica de un Sender o de un García Márquez. Cuenta la historia de una gente muy corrupta que trata de apoderarse del dinero y de los privilegios de otra gente muy corrupta hasta que un tronado obsesionado con la pureza y con la creación de un nuevo orden social y vital se los carga a todos. La compleja trama se desarrolla en un pueblo de la selva venezolana pero la localización geográfica y las obligadas hermosuras paisajísticas no sirven para endulzar el profundo sopor que inspiran sus ambiciosos y retorcidos personajes. Todos ellos padecen de fiebres eróticas y les va cantidad la sangre y las intrigas, pero no consiguen la menor complicidad ideológica o emocional con el sufrido espectador, que lo único que desea es que se acaben sus males y sus torturas cuanto antes para irse a tomar el aire fresco de Donosti.


Angela Molina anda tan perdida como el resto de sus colegas en medio de este naturalismo con pretensiones de trascendencia. El personaje que interpreta anhela desde los primeros planos abandonar la selva y regresar al sofisticado París y presiento que a la despistada actriz le ocurría algo similar: 

El director de este seco Rio negro ha desarrollado su carrera profesional en Francia pero el aprendizaje no ha conseguido borrar sus raíces tercermundistas en la estética de sus imágenes. Los diálogos muestran las huellas de un hombre cultivado y muy leído pero no alteran el résultado del producto. Si Río negro ofrece al menos la posibilidad de ver peleas de gallos, vegetación, putas de principio de siglo o escenas de acción, la francesa La aventura de Catherine C. niega hasta la mínima oportunidad de ensoñación al amodorramiento e irritado espectador. Los críticos de cine y los suspicaces profesionales hemos sospechado que la ausencia de cine francés en las últimas ediciones del festival de San Sebastián se debía al pavor de los organizadores ante las presiones batasuneras. Para demostrarnos que estábamos equivocados los programadores nos han castigado con el bodrio más representativo e, infecto que han podido encontrar en el cine galo, en la patria artística y sentimental de hombres como Becker, Melvale, Renoir, Bresson, Eustache, Malle y Truffaut. El relamido y abofeteable Pierre Beuchot y su compendio de necedades hipersensibles titulado La aventura de Catherine C no tiene nada que ver, ni que oír, ni que narrar, con la obra de sus ilustres paisanos pero es representativo de las cursilerías más grimosas que la douce France identifica como arte y sentimientos.

La parida de Beuchot ilustra en secuencias desprovistas del ritmo la desesperación amorosa de una actriz cuyos amantes masculinos y femeninos acaban pegándose un tiro, algo consecuente después de pasarse la vida teorizando sobre los oscuros pasillos del alma y el «ayer soñé que soñaba». Si en vez de «largar» tanto sobre sus contradicciones, sus ilusiones metafísicas y su oscilante incomunicación, se preocuparan de otorgarle placer a sus respectivas entrepiernas, tal vez hubieran sido felices y hubieran comido perdices. , que es muy profundo y romántico, se empeña en que comprendamos la frustración y la poesía de este trío de distinguidos idiotas que hablan del «vidrio opaco de mi melancólica soledad» y del «purificador; olvido de la esencia corpórea de lo que me atravesó el corazón». 

El único interés de este menage a trois consiste en averiguar si dos señoras tan morbosas como Fanny Ardant y a nos van a deleitar con alguna perversión erótica compartida o si su búsqueda de la sensualidad va a terminar en la zoofilia, pero el púdico director es un amante de las elipsis y nos deja con la miel en la boca.

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