Un deporte muy duro

Es difícil asociar el fallecimiento de un ciclista aficionado al total de muertes anuales producidas por fallos cardíacos fatales. No seré yo quien quite hierro a la participación en aventuras. Está claro que no es deporte habitual: es deporte de alta exigencia. Tampoco juzgaré si pedir un certificado médico supone que todo participante llegará en condiciones a la meta. Quien más y quien menos hemos acudido a largas pruebas de montaña y asfalto con la esperanza que nuestras explicaciones médicas y de entrenamiento serán prueba suficiente para la organización.

Todo suele ir perfecto. Un entrenamiento más realista que ideal nos hace sufrir, pero hacemos meta. El oficio y el sentido común, que no se miden en los certificados, permiten que lleguemos. Las excepciones van al coche escoba, el camión de retirados o son un tobillo o clavícula averiados. Pero el caso de la Titan Desert no fue una excepción estadística sino una fatalidad. Y llegan las preguntas. No sabemos qué currículo deportivo tiene el 95% de los participantes. Ni su pulso ni consumo de VO2máx durante los momentos más duros del día. No podemos juzgar si el fallecido forzaba sin saber sobre sus antecedentes médicos o si había cardiopatías congénitas.


Pero conocemos las variables públicas de toda carrera. La montaña suele ser agónica y de titánicos tramos de subida o peligrosas bajadas. La tundra y su frío y los lobos. La selva, la humedad y las alimañas. La meseta mongola y los vientos o las costas inaccesibles. La Titan se celebra en el desierto. Una de las zonas de la Tierra de donde la vida ha sido expulsada. Es básico insistir en esto.

La llamada de los territorios extremos viene llevándose vidas por delante desde que existen los aventureros. El mercado del ocio pide variedad. La novedad es un gancho comercial. Ríos, collados alpinos o acantilados. Llevo décadas compartiendo dorsales por el mundo y esto es cada vez más un escenario donde desnudamos nuestras habilidades y miedos. El modo de vida urbano se echa en brazos de las carreras extremas. La belleza geográfica y la libertad son bálsamo para nuestras inseguridades. El deportista sueña con que ese es su espacio emocional, pero en pocos lugares somos tan frágiles como en montañas o desiertos. El gran Col de Ferret, el Desierto de Gobi o el Valle de la Muerte desterraron cualquier modo de vida hace miles de años. Su atractivo esconde su dureza. Ahí, en la ventisca de nieve o la tormenta de arena, hay que saber que somos frágiles.

Y la proporción se eleva en los territorios más inhóspitos. Fernando o yo podemos perdernos, tener un fallo cardíaco, una deshidratación severa o despeñarnos. Son riesgos que asumimos. Pero pido dos dedos de frente. Pisar dunas a mediodía a casi 50 grados o pasar 40 horas mal alimentado por la montaña son pasos atrás en la lógica evolutiva. Hacerlo huyendo de una guerra es una desgracia. Hacerlo a cambio de una inscripción es una temeridad. El sentido común, tanto organizando como participando, debería trazar unas líneas rojas muy gruesas y visibles.

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