La libertad de Justine

Erase que se era... Con este viejo y simple enunciado acaba Lawrence Durrel su «Cuarteto de Alejandría», la obra que le dio fama imperecedera. Hoy podría decirse lo mismo refiriéndonos al propio Durrel érase que se era un escritor que nació en la India el 27 de febrero de 1912 de padres irlandeses y que murió el miércoles en su casa de Sommieres. 

En su juventud, fue pianista de jazz y la gloria literaria le llegó cuando en 1956 publicó el primer volumen, «Justine», de su célebre Cuarteto. En 1957, el segundo tomo, «Balthazar» recibió en Francia el premio al mejor libro extranjero. A ellos siguieron "Mountolive» y «Clea». En 1935 Durrell tocaba el piano en Londres y a partir de la Segunda Guerra Mundial ejerció de diplomático en El Cairo, y vagabundeó por Italia, Argentina, Chipre, Belgrado.

Su vida combinó la vivacidad de un hombre de acción y la capacidad analítica del intelectual. « Erase que se era» es más que una fórmula para iniciar o acabar una narración, es una declaración de principios por la cual Durrell reafirma el sentido de las viejas historias. La complejidad de su escritura , su esférica concepción global de la novela se estiliza y resume en su condición de contador de historias. A pesar de haber publicado varios libros de poemas y de abordar todos los géneros literarios, Durrel no alcanzó con ninguno de ellos el definitivo reconocimiento universal que le proporcionó el Cuarteto. Otros títulos como «Primavera de pánico», «El oscuro laberinto» o «Limones amargos» tampoco le dieron especial relieve y parecen ser hermanos menores de una obra máxima, que nunca crecerán.

Con ésta Durrell pone en pie una asombrosa construcción que servirá de referencia a todos los que pretenden armonizar tradición narrativa y audacias expresivas; rigor y originalidad. Es un laberinto de pasiones, de sensaciones, de atmósferas y paisajes en el que nunca se pierde de vista lo verdaderamente medular de la novela: narración de hechos, descripción de ambientes, choque de caracteres. Desde la subversión contra el sentido plano de la novela y de la vida, miran Balthazar, Nessin, Melisa, Clea. Y, sobre todos, Justine licenciosa y fiel; sacerdotisa deicida cuyas licencias son sólo la máscara de la libertad.

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