Gordon Kaye puede ir a la cárcel

Gordon Kaye, un famoso actor de televisión, estrella de la serie Allo Allo de la BBC, sufrió un terrible accidente en enero pasado: durante una tormenta un trozo de madera rompió el parabrisas de su coche y se plantó en su cabeza, atravesándole parte del cerebro. Cuando se recuperaba en un hospital, en muy mal estado físico y mental, unos periodistas del semanario Sunday Sport entraron en su habitación y obtuvieron unas fotos y unas declaraciones suyas cuando, a todas luces, no estaba en condiciones de dar o denegar su permiso. Un tribunal no encontró ley alguna que impidiera su publicación. Sunday Sport, famosa por sus «exclusivas» («Un bombardero de la II Guerra Mundial, encontrado en la Luna», «Elvis [Presley] está vivo»), tenía otro «scoop». 

David Calcutt, «master» del Magdalene College de Cambridge y distinguido abogado, confiesa que el asunto Kaye fue uno de los factores decisivos que le impulsaron a solicitar un cambio en las leyes sobre la intimidad. Calcutt presentó hace una semana el Informe de la Comisión sobre Intimidad y Asuntos Relacionados, o Comisión Calcutt, nombrada por el Gobierno británico. Sus propuestas son de una naturaleza radical que, según sus críticos, puede llevar sus resultados más allá del efecto saludable que pretenden y atacar el concepto mismo de la libertad de Prensa. 

El informe incluye una serie de recomendaciones unánimes (y entre sus miembros había dos periodistas: Simon Jenkins, director de The Times, y Sheila Black). Pide que el Consejo de Prensa («ineficaz, porque lo dirige la propia Prensa», dicen las víctimas de las invasiones de intimidad) sea sustituido por una Comisión de Quejas a la Prensa, comisión que quedaría convertida en tribunal con poderes coercitivos en cuanto se demostrase que el autocontrol, que Calcutt quiere mantener por ahora, no funciona. («o( cuándo y cómo se decidiría que no funciona?», preguntan los críticos). De forma más polémica aún, la Comisión Calcutt propone la creación de una figura delictiva para la intrusión física de los periodistas en los domicilios (u hoteles, u hospitales) de la gente para lograr información escrita, gráfica o grabada sin permiso. Afirma Raymond Snoddy en el Financial Times: «Las leyes propuestas marcarían una clara rutura con el pasado y con una tradición británica según la cual los periodistas no tienen más derechos que los demás ciudadanos... pero tampoco menos». 

Hugo Young, en The Guardian, opina: «En la medida en que esas medidas se relacionan con un mal definido, son defendibles. Endurecer las leyes penales para evitar la invasión de suelo privado y la colocación de aparatos de espionaje en domicilios particulares serviría de algo concreto ante algunos de los muy particulares métodos empleados a veces por los periódicos amarillos, sin nada parecido al interés público para justificarse. Pero el delito no es la base del asunto. Lo que Calcutt defiende es una reglamentación coercitiva y generalizada de la Prensa, que cambiaría radicalmente la trasacción en la que están implicados los periodistas y, especialmente, sus lectores». Eso, como en un editorial recalca el Financial Times, es lo que asusta a la Prensa: que el Informe Calcutt facilita mucho el dar el salto de esta «libertad condicional», que inicialmente permite, a un control legal y coercitivo de toda la Prensa; el paso, pues, a una censura generalizada. Matar moscas a cañonazos.

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