Mubarak tenía un espía

Nacido en 1936 en la localidad sureña de Qena, Omar Suleiman poseía el alma de un personaje de novela negra. Bajo su facha de bigote canoso, gafas oscuras y traje, escondía a un frío general doctorado en el arte de la tortura. A los 19 años desembarcó en la capital para enrolarse en el ejército, en cuyas filas participó en las guerras contra Israel de 1967 y 1973. Su estrella comenzó a brillar a finales de los 80 del siglo pasado, cuando se hizo con las riendas de la Inteligencia Militar, y se consolidó en 1993 con su nombramiento como jefe de los Servicios generales de la Inteligencia. Desde entonces, pasaría a ser el hombre de la CIA en El Cairo y el brazo ejecutor de los programas estadounidenses de rendición extraordinaria mediante los que decenas de sospechosos fueron trasladados a Egipto para ser interrogados. Como parte del procedimiento, sus testimonios eran arrancados a golpe de torturas que dirigía a menudo el mismísimo Suleiman. 

En sus memorias, el egipcioaustraliano Manduh Habib identificó el rostro del espía durante las sesiones de descargas eléctricas y vejaciones que sucedieron a su arresto y deportación desde Pakistán tras los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York. Las cárceles cairotas, transfiguradas en las cloacas de Washington, fueron una traumática escala de camino al infierno de Guantánamo. En su historial de arrestos extrajudiciales, figura también el del fundador de la ex organización terrorista Al Gama al Islamiya, Talaat Fouad Qassem, detenido en Croacia en 1995 y enviado más tarde a Egipto, donde sería ejecutado en secreto. Los detalles de su muerte nunca transcendieron y engrosaron una abultada lista de víctimas en las que destaca Ibn Sheij al Libi, un libio que dio con sus huesos en el cuartel de la mujabarat egipcia (servicios secretos) en 2002. Su declaración fue citada por George Bush para refrendar las supuestas relaciones de Al Qaeda con el régimen iraquí de Sadam Husein meses antes de la invasión del país. 

El trabajo de la mano derecha de Mubarak no pasó desapercibido en los despachos de la diplomacia estadounidense. En un cable fechado en 2006 y filtrado por Wikileaks se le califica del «elemento mas exitoso de la cooperación» con el país árabe. El hombre que sobrevivió junto al dictador al atentado de Adis Abeba en 1995 tuvo un papel central en las relaciones diplomáticas con Israel y las facciones palestinas. Adalid del bloqueo de la franja de Gaza, Suleiman traspasó los habituales límites del espionaje egipcio y acarició la cúspide del poder político durante las revueltas que forzaron la caída de su jefe. Como efímero vicepresidente, lideró unas históricas e infructuosas negociaciones con los Hermanos Musulmanes y fue el encargado de comparecer el 11 de febrero de 2011 en la televisión pública para anunciar la salida de Mubarak. 

En dos frases y 49 segundos, cerró una etapa que trató de resucitar el pasado abril al proclamar su candidatura a las elecciones presidenciales. Una deficiencia técnica -no logró reunir las firmas necesarias en 15 provincias distintas- le apartó de la carrera por suceder al autócrata. Libre de la persecución judicial que hostiga a otras figuras de la dictadura, Suleiman amagó en sus postrimerías con revelar información sensible que desataría tempestades. En la última entrevista, fiel a sus fantasmas, pronosticó que la Hermandad Musulmana establecería una fuerza paramilitar similar a la guardia republicana iraní y agitó el terror de una inevitable guerra civil. 

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