Los extranjeros tienen que terminar su trabajo

Aziza no tuvo tanta suerte como Aisha, a quien su marido le cortó la nariz y las orejas y cuya imagen ha dado la vuelta al mundo al aparecer publicada en la portada de la revista Time. Los talibán habían ordenado su mutilación. Pero a Aziza, de 16 años, su esposo intentó quemarla viva no porque se lo mandara nadie, sino porque le dio la gana. Como consecuencia de ello, las manos de la joven quedaron deformadas, su barbilla soldada al cuello y buena parte de su cuerpo hecho una pura arruga.

Como Aziza, hay decenas de otras jóvenes en Afganistán y ninguna es motivo de noticia alguna. Es difícil que consigan la popularidad de Aisha, que después de vivir durante meses en una casa de acogida para mujeres maltratadas en Kabul pudo volar a Estados Unidos en busca de tratamiento médico y de una vida mejor. Aziza ha sido intervenida varias veces en la capital afgana -sus manos han mejorado- pero ya lleva tres años en una casa de acogida y nadie sabe cuánto tiempo más seguirá allí.


«El problema es que existe una impunidad generalizada», denuncia Sima Samar, presidenta de la Comisión Independiente de Derechos Humanos del país asiático. El marido de Aziza, por ejemplo, sigue en libertad. Y del de Aisha, nadie habla. ¿Dónde está?

A pesar de ello, todas las activistas afganas contestan que la situación de la mujer ha mejorado respecto a la época de los talibán (1996-2001) y vislumbran un futuro muy negro si los fundamentalistas regresan al poder tras la retirada de las tropas occidentales del país. La entrada de los talibán en el Gobierno ya la dan casi por hecha, pues consideran que la negociación con los fundamentalistas ya no tiene vuelta atrás. El Ejecutivo de Hamid Karzai está determinado en este sentido. No obstante, las activistas aún confían en que los extranjeros no se vayan, aunque ya no las tienen todas consigo vista la salida de Estados Unidos de Irak.

«De momento lo que nos importa ahora es participar en las negociaciones con los talibán para influir en los acuerdos que se tomen», afirma Palwasha Hassan, que en julio actuó como representante de las asociaciones de mujeres afganas en la Conferencia de Kabul, en la que la comunidad internacional bendijo la propuesta del Gobierno Karzai de iniciar un proceso de reconciliación y reintegración con la insurgencia.

Rangina Hamidi, responsable de Kandahar Treasure, una cooperativa de mujeres en el sur del país, incluso opina que la negociación con la insurgencia puede ser positiva. Tal vez porque en Kandahar, feudo tradicional de los extremistas, las mujeres ya no tienen mucho que perder. «La situación aquí no puede ir a peor. Sólo hay cuatro escuelas para niñas en toda la ciudad de Kandahar, de un millón de habitantes», relata Hamidi como ejemplo. Y recuerda que importantes señores de la guerra ya forman parte del Gobierno y del Parlamento del país asiático.

Pero, ¿la inclusión de la insurgencia ayudará a acabar con la impunidad? Hasina Safi, directiva de Afghan Women's Network, una red de 65 asociaciones de mujeres afganas que actúa como interlocutora ante el Gobierno en temas de género, destaca que Karzai ha asegurado que sólo pactará con los talibán si se comprometen a respetar la Constitución. Sin embargo, no sabe precisar cómo se va a garantizar que lo hagan, si el propio presidente se ha saltado más de una vez a la torera la Carta Magna. «Esperemos que la comunidad internacional lo garantice y no se vaya de Afganistán así como así», acaba diciendo Safi.

Sima Samar también opina que los extranjeros «no pueden marcharse sin acabar su trabajo». «Iban a traer paz, seguridad, democracia y desarrollo, y eso es lo que deben hacer», dice.

Hamidi recuerda que «la comunidad internacional es la que generó toda esta situación desde el principio, con la Conferencia de Bonn». En esa reunión -celebrada bajo los auspicios de Naciones Unidas en diciembre de 2001- se dio luz verde a la entrada de importantes señores de la guerra en el primer Gabinete de Karzai. Se trataba de una recompensa a la ayuda prestada a las tropas estadounidenses para hacer caer el régimen de los talibán.

Eso no sólo llevó a la existencia de una administración totalmente corrupta, sino que también dio alas a los talibán. Así, según Hamidi, los extranjeros no pueden ahora irse lavándose las manos.

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