Muere un alcalde que fue querido
Su gran altura ya lo distanciaba de la mayoría. Y esa misma
planta lo elevó a los altares de un populismo del que siempre huyó. Cuando
aquel médico cirujano, nacido y educado en Madrid, decidió aceptar ser cabeza
de cartel del PSOE de Málaga en las primeras elecciones democráticas, poco
imaginaba que la Alcaldía se convertiría en su vida durante los siguientes 16
años.
Aquellas gafas oscurecidas y el aire intelectual se
impusieron a un jovencísimo Andrés García Maldonado, de la UCD, y con once
concejales el entonces desconocido Pedro Aparicio comenzó a diseñar y sentar
las bases de una ciudad que hoy apenas se reconoce.
Con su muerte repentina
ayer a los 71 años, cuando estaba a punto de cumplir uno más, muchas voces, y
no sólo las de su partido –con el que apenas tenía contacto, ni siquiera afinidad
en estos últimos tiempos–, reconocían sus méritos, su trabajo y dedicación.
Tuvo que empezar por los cimientos. El saneamiento público,
la urbanización de polígonos ya desgastados y el alumbrado de hasta 58
barriadas fueron algunas de sus primeras tareas. Y las que recordaba con más
ahínco cuando alguien le preguntaba. "Es que no había ni luz, ni agua, ni
siquiera asfalto", decía casi con asombro.
Los primeros años fueron como una reconstrucción, una tarea
quirúrgica para dar forma a la urbe que él tenía en mente y que, sobre todo,
anhelaba. El auge del Partido Socialista en todo el país dio alas a su
reelección en los siguientes comicios y comenzaron a forjarse las estructuras
del espacio cosmopolita y europeo que el regidor perseguía.
Amante de la ópera y la lectura, Aparicio era un hombre
culto que buscó, en las gestiones diarias de la Alcaldía, la consecución de sus
propias metas.
Firmó la compra del Teatro Cervantes e impulsó su recuperación y
puesta en marcha; bajo su mandato se abrió la Casa Natal de Picasso, el Archivo
Municipal, impulsó la Universidad en el campus de Teatinos y la creación o
recuperación del Jardín Botánico de La Concepción.
También trabajó en la consecución del Parque Tecnológico de
Andalucía (PTA) y la creación del Paseo Marítimo del Este de la ciudad.
Fue bajo su mandato también cuando se construyó en 1984 la
presa del Limonero, casi una continuación de la del Agujero y quizá demasiado
próxima a la ciudad, para gusto de los vecinos. Pero la decisión fue
afortunada. Las lluvias torrenciales que causaron graves inundaciones en la
ciudad en 1989 no llegaron a provocar el desbordamiento del Guadalmedina,
controlado por este pantano.
Aparicio fue el primero en intentar acometer obras de
encauzamiento y embellecimiento del cauce, pero el río, como aún sucede, se
convirtió en una espina para el regidor. Los barrios del centro en torno al río
y las calles aledañas a calle Larios o la plaza de La Merced no terminaban de
levantar cabeza y las críticas a la gestión municipal arreciaban a finales de
los años ochenta.
Tampoco estuvo acertado Aparicio al afrontar la
transformación de la glorieta de la plaza de La Marina, donde se construyó el
primer aparcamiento público subterráneo de la ciudad. Los problemas
arqueológicos y el albero que embarraba a los viandantes en los días de lluvia
le persiguieron durante años.
Los mandatos y las exigencias del vulgo acabaron haciendo
mella en su orgullo. Muchos consideraban sus ansias intelectuales poco acordes
con una ciudad del sur donde el sol, la playa, el folclore y la Semana Santa no
terminaban de encajar en ese puzzle de cultura con aire europeo que Aparicio se
empeñaba en componer.
No era alcalde de baño de multitudes, aunque muchas veces
le tocara, y aunque muy a su pesar en años venideros, fue impulsor de la Feria
de Málaga tal y como hoy la conocemos. Suya fue la iniciativa en 1987 de
trasladar la festividad de San Ciriaco y Santa Paula, patronos de la ciudad,
del 18 de junio al 19 de agosto, para conmemorar los 500 siglos de la
incorporación de Málaga a la Corona de Castilla.
Era provisional, pero su
proximidad al también festivo 15 de agosto convirtió esta feria en un gran
reclamo turístico. Primeros farolillos municipales en el centro y portada
histórica en calle Larios. Las noches, en el real de Teatinos.
Pero Aparicio huyó siempre de las masas feriantes y las
masas devotas. Ambos colectivos ganaron peso con el paso del tiempo y se
sumaron a los más críticos con la gestión ‘distante’ de aquel médico que con 35
años se dedicó a la política, ya casi para siempre.
Problemas urbanísticos y económicos, acentuados con la
crisis de los años noventa, se le echaron encima irremediablemente. El último
año las previsiones no eran halagüeñas para el PSOE. Aparició se apartó y los
socialistas perdieron la Alcaldía a manos de un personaje antagónico: Celia
Villalobos.
Aparicio, que había sido fundador y primer presidente de la
Federación Española de Municipios y Provincias, se convirtió en 1994 en
presidente del PSOE andaluz y concluyó su vida política en la Europa que tanto
admiraba como diputado socialista en el Parlamento Europeo. Después llegó la
calma, el abandono y la recuperación. Lecturas, amigos, y ejercicio. Así le
sorprendió la muerte.
Pedro Aparicio nació en Madrid el 4 de octubre de 1942 y
murió en Málaga el 25 de septiembre de 2014.
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