Gwyneth Paltrow adicta a las pasarelas

Gwyneth Paltrow fue la primera en llegar, flanqueada por papá y mamá y envuelta en un vestido rosa firmado por Ralph Lauren, rompiendo así su adhesión a Calvin Klein. El cuello de garza rebajado con una girnalda de diamantes de Harry Winston, el joyero que enseñó al mundo cómo ganarse los Oscar para la moda. Cate Blanchett rasgó la etiqueta con un finísimo tul del país de los sueños con flores violáceas que se hacían tatuajes sobre su espalda desnuda. El pelo estiradísimo de la Paltrow, en un moño discreto, contrastaba con la desaliñada melena de la Blanchett, la gran actriz de Elizabeth.

El cool californiano vino de las manos entrelazadas de la pareja Anne Heche y Ellen DeGeneres. DeGeneres en un masculino atuendo de tres cuartos blanco y camisa negra diseñado por Richard Tyler, y Heche con tul de satén y bolso de fiesta sobre un traje de punto plateado futurista, fabricado por Cerrutti, con un tejido high-tech que utilizan en la NASA por sus propiedades reflectantes de noche.

El tono piedra dominó la velada, desde un arco iris de tonos grises a una gama de cuentas, cristales y diamantes. De los vestidos en gris de Valentino para Meryl Streep y Emily Watson hasta los modelos en el mismo color de Versace para Goldie Hawn y Christina Ricci, y en rojo para Catherine Zeta-Jones. Armani vistió de negro a Sofía Loren y a Geoffrey Rush, que llevaba un conjunto de esmoquin y camisa similar al de Joaquín Cortés. Pero fue Jennifer Lopez, también de negro, quien subrayó la elegancia latina con un ajustado diseño escotado de Badgley Mischka, empedrado en el pecho y la cintura y una gargantilla de diamantes de Harry Winston.

Detrás de José Luis Garci y de Cayetana Guillén Cuervo -con traje beis firmado por Sybila-, Fernando Fernán-Gómez se las ingeniaba para respirar en medio de una avalancha de célebres y mirones. Cuando Andrea Bocelli entró por la pasarela, atiborrada ya de famosos, hubo quien cerró los ojos para ver el espectáculo del glamour desde dentro. La algarabía de los admiradores no era precisamente una melodía, pero a Bocelli no le cambió la sonrisa. Celine Dion, su pareja por una noche, entró de incógnito enfundada en un traje blanco de Dior y en un llamativo sombrero blanco de alas ondeantes.

La vida es bella, pensaba el jovencito Vinicius de Oliveira al pisar la alfombra roja, tan virgen para él, disfrazado de pingüino, mientras Fernanda Montenegro parecía decirle de un codazo que sonriera a las cámaras. Si en vez de acercarse en el aeropuerto de Río a Walter Salles se hubiera acercado a Celine Dion, Vinicius seguiría aún limpiando los más de 1.000 pares de zapatos que, al término de la velada, confesó coleccionar la diva.

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