Las chicas del Dusgstore

Burning compareció ante el público con un «leve» retraso sobre lo programado. Sólo una hora. De forma que la impaciencia o el cansancio anticipado de los espectadores ante la presentación del último álbum No mires atrás llegó a suplir el calor de los inexistentes teloneros. Burning volvió a demostrar a los suyos, adolescentes nerviosos pero sobre todo maduros de aire desganado, que siguen en pie y en no mala forma. Procedieron sin prisa, como queriendo recrear atmósfera, y convencieron no sólo por sobrevivir más de tres lustros en la tortuosa pista del rock. 

Bastaron un par de temas (El chico de La Elipa y la versión remozada de Las chicas del drusgstore, donde se ha sacrificado el énfasis vocal de hace 16 años a un ritmo más pegadizo y rápido), para que los Burning se quedaran con la sala, casi llena, y para que las bromas encontrasen cierto eco más allá de las primeras filas. 


El lucimiento de las guitarras, el abuso fácil pero oportuno y eficaz de armónica y saxo (notorio en el álbum), así como el sugestivo respaldo de teclados y batería, camuflaron el desaliño de la voz, que conseguía pulsar notas emotivas al disfrazarse de balada. Todo ello resucitó la peculiar mitología de los Burning. Es decir: invocaciones a los gigantes Hendrix, Janis Joplin y Jim Morrison. Pero también, y no menos importante, a los signos de identidad de lo barriobajero. Rock and roll, follones en los bares de noche, novias perdidas, amores de paso, chicos sin trabajo, gafas oscuras, mucho trullo, chupas de cuero, botellas vacías o rotas, rubias de bote, medias de seda, camas vacías y manchadas. Todo un mundo que sonríe a golpe de femenina cadera de cuero. Con Weekend, De vicio y Todo por nada, y especialmente esta última, los Burning indicaron que el giro de sus últimas composiciones no resulta traumático, se mire atrás o no se mire. 

Al incorporar a la actuación temas clásicos del espíritu de Qué hace una chica como tú en un sitio como éste o sobre todo Como un huracán, coreado por un público joven seducido por las bellas letras y el rock sencillo y directo de la banda, el local llegó a caldearse un punto. Ni la nostalgia empañó el rescate de algunos temas legendarios que ya no pueden sonar igual ni la melancolía pasó a mayores. Resultaba claro que esta actuación era descendiente de conciertos como el celebrado y grabado en Jácara y de las colaboraciones más cañeras con Rosendo. Rock sin complicaciones, aunque ya no deje lugar a las sorpresas de antaño, felices y atinadas explosiones de frescura. ¿Había tanto que recordar? Es dudoso. Obraron con humor. Pero las canciones más nuevas dificultaron la complicidad del público, ansioso. Tampoco el acusado lirismo de los Burning descendió a la blandura. Fragmentos muy entrañables (Te quiero tanto, No mires atrás y Una noche sin ti) aliviaron la sorpresa que provocaba la aparente contención de los temas que olían más a nuevo. Fue como estar en paz con la familia. Una especie de tregua en la prolongada y dura marcha.

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