El siciliano y su esposa Rita

Hace escasamente un año casi nadie le conocía en Italia. Hace dos meses era un perfecto desconocido fuera de la península. Ahora es el jugador más popular y querido de una "squadra azzurra" que ya se encuentra en la antesala de una final en la que podría conseguir su cuarto título mundial. A los 25 años, Salvatore Schillaci era un modesto jugador de la segunda división italiana que solo salía de su Sicilia natal para jugar los partidos que su club, el Messina, jugaba lejos de su estadio. Parecía uno de esos futbolistas destinados a no conocer nunca la gloria y a deambular por las categorías inferiores hasta el fin de su carrera deportiva. Nunca hasta esta temporada había intervenido en las diversas selecciones italianas. Casi nadie se había fijado en él. Y para colmo, antes de empezar el Mundial, en su debut internacional, fue calificado como traidor por la peculiar y sensacionalista prensa transalpina que no le veía con la capacidad suficiente para ocupar un puesto en la selección anfitriona y favorita del Mundial. El destino cambió para Salvatore o Totó como ya se le conoce en todo el país, cuando Dino Zoff, entrenador de la Juventus hasta esta temporada, se fijó en sus dotes goleadoras. 

La "vecchia signora" del fútbol italiano llevaba cuatro años sin ganar un solo título y necesitaba savia nueva para reverdecer laureles. La jugada era arriesgada. El equipo que había contado con jugadores de la talla de Rossi, Platini o Boniek en los últimos tiempos, fiaba su artillería a un modesto siciliano de Palermo con cara de guardaespaldas de Marlon Brando en "El padrino." Schillaci no defraudó. Fue el italiano que desenfundó más rápido en la Liga, al marcar quince goles, una cifra respetable para un Campeonato tan complicado. Fue titular indiscutible durante todo el año y colaboró activamente para que su equipo pudiera desempolvar sus vitrinas en las que colocó la Copa de la UEFA y la Copa de Italia.


Atrás quedaban siete años de sufrimiento en la serie B. El futuro se aclaró un poco más cuando el seleccionador Azeglio Vicini, le convocó para los amistosos previos al Mundial. En principio estaba destinado a ser un suplente más. 

En Italia, Vialli era una especie de Butragueño antes del torneo. Un intocable cuyo único problema radicaba en conocer quien formaría pareja con él en la vanguardia "azzurra". Sin embargo, Vicini no es como otros técnicos que se dejan impresionar por el nombre de sus estrellas. El ciclón Totó ha sido capaz incluso de empujar al banquillo a Vialli y ahora mismo, el siciliano es insustituible. La fuerza de los cuatro goles marcados en el Mundial, todos ellos decisivos, le avala. Vialli, el rey de Italia, siempre tan elegante, ha tenido que ceder el cetro. Ahora el rey es el menos agraciado en medio de una selección a la que adoran las italianas por su belleza y distinción. Pero ante la puerta contraria, Totó ha demostrado que es el mejor. El gran problema actual es buscar la pareja adecuada para Schillaci. 

Y de momento Vicini ha confiado en Baggio, formando así un dúo de jugadores que volverán a actuar juntos el próximo año con la camiseta de la Juventus. El emigrante siciliano nacido en Cep, uno de los barrios más miserables de Palermo ya es un hombre adinerado que gana 50 millones anuales y que gracias a su impresionante actuación mundialista podrá sentarse en el despacho del dueño de la FIAT y de la Juventus, el todopoderoso Gianni Agnelli para pedirle un sustancial aumento de sueldo. Hoy en día nadie puede negarle un favor a Totó. El niño pobre salido de la miseria se ha convertido en un símbolo para toda la isla de Sicilia. En Palermo se vendían banderas de Italia con su efigie a 1500 pesetas, en las horas previas al partido de cuartos de final ante Irlanda. Minutos después de acabar el choque en el que Schillaci, cómo no, marcó el gol del triunfo, esas mismas banderas habían triplicado su valor.

Miles de personas se manifiestan después de los partidos en la casa de sus padres, la misma en la que creció el joven Salvatore, para corear su nombre, aunque hasta ahora sus orgullosos progenitores han tenido la precaución de ver todos los encuentros en casa de unos amigos. Fue precisamente su padre, empleado municipal del ayuntamiento de Palermo el gran responsable de que Schillaci centrara su vida en el fútbol al convencerle de que su futuro estaba en este deporte. Sólo cursó estudios primarios y a los catorce años comenzó a jugar en equipos modestos de la isla. Han tenido que pasar once años para que recoja los frutos de su esfuerzo. En cualquier caso, la "Totomanía" no es patrimonio exclusivo de Palermo. Toda Italia ha adoptado cómo hijo predilecto a este jugador honrado que no da la imagen de divo y que se asusta cada vez que le preguntan por el hecho de haber quitado el puesto a Gianluca Vialli: «Eso es cosa del señor Vicini. Para mí Vialli es un gran compañero y mejor futbolista». 

Ejemplar. Cuando todos sus compañeros de la selección aparecen rodeados de bellezas y Madonna se declara admiradora de Zenga o de Baggio, el fiel Salvatore, siciliano al fin y al cabo, no duda en tener siempre presente a su esposa Rita, que vivió con él los años duros del Messina y que durante el Mundial ha dado a luz a su tercer retoño.«No me interesan ni Madonna ni ninguna otra. Yo sólo quiero a mi Rita». Cuando acabe el Mundial, Schillaci ya habrá entrado en la leyenda. De momento, con sus cuatro tantos ya es uno de los grandes goleadores italianos en el torneo, a la altura de los míticos Schiavio y Colaussi. Está a un gol de igualar a Piola y Altobelli. Sólo Rossi, con nueve goles en los Mundiales parece inalcanzable por ahora. Pero Schillaci, el héroe nacional de Italia sólo tendrá 30 años en el Mundial de Estados Unidos.

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