Ratzinger desmelenado con una litrona

SEe cuenta que Buñuel, cuando en alguna ocasión volvió de visita por su colegio de jesuítas de Zaragoza, se escandalizó muchísimo por encontrar en la portería no a un venerable sacerdote de la Compañía, probable natural de Baracaldo, metido a tareas de portero, recepcionista y telefonista, como era de uso cuando él estudiaba allí, sino a una señora o señorita, quien sabe si con idiomas, pero desde luego con faldas y cierta porción de pantorrilla al aire. 

Y Buñuel, el gran transgresor surrealista, el cineasta que hizo refrito blasfemo de la Ultima Cena -con mendigos, enanos y tarados como comensales- y puso a una novicia a jugar al tute erótico en «Viridiana», el que fusiló a un Papa en «La vía láctea», el que se mofó de la espiritualidad eremita en «Simón del desierto», el que mostró obispos carcomidos por los gusanos en «La edad de oro» y arrastró por los suelos a curas en «El perro andaluz», ese Buñuel, iconoclasta y libérrimo, se escandalizaba de ver a una señora o señorita en la portería de su colegio de jesuitas. 

«El mundo del revés», debía pensar para sus adentros. Y es que Buñuel le pedía a la Iglesia que siguiera en su sitio para seguir él en el suyo, o sea, cultivando la barbaridad dialéctica, la agresión liberadora, la herejía rupturista. Ahora los obis pos italianos no están conformes con la señorita Madonna, que usurpa su nombre a la Virgen, se viste con crucifijos encima de la lencería posmoderna de Gaultier, se tima con un santo de arcilla en uno de sus videos y se toca y retoca el centro de gravedad mientras da brincos procaces por sobre un escenario. Hombre, sólo faltaría que todo esto fuera bendecido por los obispos italianos. Ni que se hubieran vuelto locos. Es normal que monseñor Ratzinger quiera mandar al infierno a Madonna.


Lo anormal sería ver a Ratzinger desmelenado, en la primera fila del concierto romano de la cantante, agitando una litrona. Vamos, que sería como el fin del mundo. La gente se empeña en que el Vaticano piense como la gente, cuando lo acertado es aceptar que cada uno piense por su cuenta y riesgo, en función de sus entendederas y de sus creencias. La religión se toma o se deja, pero fabricarla a la medida de uno es una estupidez. Hay que fiarse de Dios o de uno mismo, pero fiarse de Dios porque coincide con uno mismo es perder el tiempo. Esto lo sabía Buñuel, que era sordo, pero no tonto, y comprendía que si Dios vino al mundo para dar su opinión ni era Dios ni era nada, porque una opinión la da cualquiera. Lo único apasionante que tiene la Iglesia es su dogmatismo. El dogmatismo vaticano es un tejado al que tirar piedras. Si no hay tejado eclesial, ¿a dónde tirar las piedras? Pues al propio tejado, lo cual es mal negocio. El día que el Papa se convierta en columnista dejará de interesarme.

Comentarios

Entradas populares