Madonna tiene un pésimo gusto vistiendo

Apenas ha empezado Madonna a moverse por el viejo continente y ya ha conseguido decenas de menciones en todos los medios de comunicación, difusión de sus fotografías por todo el globo y hasta la atención de la Iglesia que parece empeñada -en una escala distinta a como lo hacen los integrismos islámicos- en darle la razón a Antonio Gala cuando afirma en El Independiente que las religiones «tratan de glorificar su único lugar común: la gratificación sublime que supone hacer daño en el nombre de Dios». Y eso que, al final, la cantante italo-norteamericana va a resultar más pacata que los líderes fundamentalistas o la misma Curia romana.


«La ropa íntima de Madonna es una especie de coraza; casta corsetería del siglo pasado», dice Manuel Ibáñez Escofet en La Vanguardia. «Sobre Madonna y su espectáculo pensaba lo mismo que los obispos italianos, pero sin connotaciones morales, que no es mi obligación y sí la suya. Desde que fue lanzada como un cohete en Cabo Cañaveral, me pareció un petardito, eso que en catalán llamamos una "piula", confuso invento que jugaba, precisamente, con la confusión: el equívoco nombre artístico y el crucifijo sobre su piel blanca, no mostrada generosamente, sino todo lo contrario. Y la ropa interior que exhibe en sus evoluciones por los escenarios y que no tiene la carga erótica que le atribuyen los monseñores romanos. Su ropa íntima, mostrada normalmente sobre mallas, parece la creación actualizada de las cas tas corseterías del siglo pasado. Una especie de coraza que exige mucha imaginación para considerarla un triunfo de la sensualidad». Esta crítica al mal gusto lleva al autor del artículo, como no podía ser de otra forma, a Subirachs. 

Admite la crítica como legítima porque la obra es patrimonio ciudadano, pero se escandaliza ante algunas adhesiones fuera de toda lógica: «Es aquel ciudadano a quien no tengo el disgusto de conocer, que dice: "Subirachs, ya no quedan tranvías. Lástima" Deprimente. Recordar la muerte trágica de Gaudí, atropellado por un tranvía, me parece una repugnante locura». En evitación de tanto mal gusto, Marta Sánchez le dice a Carlos Ferrando en Diario 16 que «hay que enseñar lo jus to, porque a partir de ciertos límites puedes caer en la vulgaridad». Y claro, no hay nada peor que llegar a la vulgaridad de forma premeditada, por más que pueda haber dinero de por medio: «En el erotismo soy de las que están por lo cerebral». Sorpresa. «Si la gente supiera el dinero que he rechazado por salir desnuda en alguna revista, se quedarían sorprendidos. Es más del que gano cantando en un año. Mi envoltorio tiene su razón de ser, precisamente en el hecho de que está pensado para que luego se fijen en la música. De pensar de otra forma, me hubiera dedicado a otros menesteres». Se admiten apuestas.

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