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El póquer está por todas partes. Casi invisible de cara al gran público hasta hace bien poco, el tentador juego de naipes se ha hecho un hueco en la parrilla de las televisiones españolas y vive una época de furor que alcanza desde los multitudinarios torneos que organizan los casinos hasta las timbas particulares que cualquiera puede montar en casa con un puñado de amigos. 

Por no hablar de internet, donde año tras año la peregrinación de tahúres se dispara en paralelo al creciente volumen de beneficios que obtienen los portales online. Pero no siempre las partidas se desarrollan dentro de los límites que marca la legislación.

Dos cartas para cada jugador y cinco al descubierto, comunes para todos. Así se plantea una mano de Texas Hold'em, la modalidad más popular de póquer.

Una baraja, unas fichas y unas reglas conocidas bastan para que eche a andar una partida en la que cualquier aficionado puede meterse por unas horas en la piel de leyendas del vicio como Phil Ivey o Phil Hellmuth Jr., algunos de los profesionales acostumbrados a desplumar sin piedad a quienes se atreven a sentarse en su misma mesa. 

Como quien se junta con colegas para unas pachanguitas en la videoconsola, aquí en lugar de marcar goles se trata de reunir una escalera de color, un full o una sencilla pero vistosa pareja de ases que supere los naipes de los rivales.

El problema, para las autoridades, es que existe un mundo más allá de esas inocentes timbas que apenas mueven un puñado de euros de un bolsillo a otro. Un mundo al margen de la ley que recuerda a las noches interminables de Tony, Silvio y compañía en la serie Los Soprano: montañas de billetes, maletines de cuero, crupieres profesionales y hasta gorilas armados que custodian la entrada a locales clandestinos, camuflados durante el día como inofensivas carnicerías o tiendas de chinos.

Mansiones y chalés sirven también de sede a las decenas de casinos improvisados que cada año desmantela la Policía Nacional. Fue precisamente en una de esas canteras del juego donde dio sus primeros pasos Juan Carlos Mortensen, el ecuatoriano criado en España que hace una década se embolsó 1,5 millones de dólares como vencedor de las World Series of Poker. 

Mortensen se marchó a Las Vegas después de que a él y a sus contrincantes los pillaran con las manos en las cartas durante una redada en 1999. «Se llevaron la mesa, las fichas y unas 80.000 pesetas. La prensa me preguntó qué había pasado y les dije que era profesional y que en unos años iba a ser el campeón del mundo.

Más allá de aquellos sospechosos comercios y chalés con doble fondo, la otra gran meca del azar se encuentra en la Red. Sitios como PokerStars.com, 888.com o FullTiltPoker.com, anunciados hasta la saciedad en las pantallas, congregan a cientos de miles de profesionales o aficionados y sirven de base para un negocio en indiscutible auge. 

De acuerdo con los cálculos de la Asociación Española de Apostadores por Internet (AEDAPI), el sector del juego online creció el año pasado un 19% y generó unos beneficios de 315 millones de euros. Buena parte de ese montante -en torno a los 85 millones- corresponde en exclusiva al póquer, una disciplina que desafió la crisis económica experimentando una subida del 26% respecto al ejercicio anterior.

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