El granizo empañó la tarde

Faltaban escasos segundos para las seis de la tarde y lo que sonaron no fueron los destemplados clarines y timbales de la Glorieta sino una tralla de truenos que hacía presagiar una tarde borrascosa. 

De los presagios a la realidad hubo como una especie de papel de calco, toda vez que la iracunda tormenta de granizo que cayó sobre Salamanca motivó la suspensión definitiva del espectáculo a la muerte del tercer toro.

Media corrida y gracias, porque lo lógico hubiera sido dar por concluido el festejo inmediatamente después de que Luis Francisco Esplá -empapado y rodeado de un manto blanco y saltarín de bolas de granizoliquidara al primer astado tras varios pinchazos. El alicantino ya denotó con la capa que no le asustaba la oscuridad del cielo ni los amenazantes truenos.

Lanceó valiente y cedió luego los palos a sus compañeros en un tercio en el que brilló el poderío de Mendes. Y es que el ejemplar de Antonio Pérez llegó con buen tranco a la muleta de Esplá, que consiguió una entonada faena y, sobre todo, meritoria pues ya las bolas de granizo habían hecho, furiosas, acto de presencia. El torero templó por el lado derecho y tardó después en acertar con la espada, mientras el público abandonaba despavorido los tendidos. El festejo se detuvo 20 minutos. En la reanudación, incluso brilló el sol pero el ruedo era un barrizal a pesar de que funcionó el drenaje y se pudieron lidiar dos toros más. Las condiciones de la arena parecieron no importar a la terna, que se lució como si nada hubiera ocurrido en la especialidad de las banderillas.

El segundo toro se quedaba muy corto en la muleta de un siempre voluntarioso Mendes que, fuera de sitio, resultó prendido por el animal al final del trasteo. El varetazo en el muslo derecho hizo que pasara por su propio pie a la enfermería, después de despachar al toro, entre la ovación general. El tercero y último que se pudo lidiar huyó del castigo en su segunda entrada al caballo.

El toro, largo y bien armado, volvió a declarar su mansedumbre en el tercio de banderillas que compartieron Esplá y Soro, mucho más en forma el primero. Muleta en mano, Soro no tuvo más recursos que los propios en busca del olé fácil, que ni siquiera llegó. No tardó en coger la espada de verdad cuando el desolador panorama no podía tener otro fin que la suspensión.

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