El bufón de Pinochet
Merino, con su desdibujada figura de bailarín de los años cincuenta, su bigotito recortado y su inconfundible voz de borracho, aparecía puntualmente cada martes en las pantallas del televisor, entrevistado a la salida de la sesión semanal de la Junta de Gobierno, para arrancar sonrisas ruborizadas a medio Chile con sus desatinadas críticas y chistes fáciles. Los «martes de Merino» se convirtieron así, en una institución, al punto que, entrevistado en una ocasión un día jueves, Merino dijo a los reporteros: «Hoy yo no hablo, es jueves».
Anticomunista profundo y primitivo, el almirante Merino es el inventor de uno de los epítetos más célebres alcanzados por la dictadura contra sus opositores «humanoides». «Hay dos tipos de seres en el mundo: los humanos, que somos nosotros, y los humanoides, que pertenecen al partido comunista y en general, son todos ateos materialistas». Tanto se extendió su definición, que uno de los principales carteles en la concentración que saludó el triunfo de Patricio Aylwin en las elecciones de diciembre pasado era: «Ganamos los humanoides».
Merino, que ha calificado la dictadura como el mejor Gobierno que ha tenido Chile en los últimos 180 años, se enorgullece de haber sido el principal instigador del golpe contra Allende en 1973. En su oficina guarda enmarcado un mensaje escrito que envió a Pinochet el 7 de septiembre de ese año, cuatro días antes del golpe: «Bajo mi palabra de honor, el día D será el 11, y la hora las 06:00. Si ustedes no pueden cumplir, explíquenlo al reverso». El comunicado decidió al entonces dudoso general Pinochet a encabezar el golpe. Tras pedir un día para pensarlo, Pinochet sacó una estilográfica y firmó el «conforme» en el reverso. Nacido en el puerto de La Serena, en el norte de Chile, hace 73 años, fue enviado a estudiar a Francia y el Reino Unido, donde perdió de tal manera su relación con Chile que fue rechazado en la Escuela Naval chilena por no dominar el español.
Merino es el ejemplo clásico del militar que asume un cargo político para el cual nunca ha sido preparado. Jefe de Junta de Gobierno, poder legislativo de la dictadura, se especializó en política económica tras leer unos artículos sobre el tema en la Enciclopedia Británica, según él mismo ha confesado. Su desprecio por el mundo civil es casi patológico y su única verdadera pasión es el mar. Su casa está llena de peces embalsamados que ha pescado él mismo, de marinas y paisajes naif que ha pintado él mismo y de fotografías del mar que ha tomado él mismo.
Caricatura de sí mismo, Merino ha llenado la última década de Chile con sus «merinadas». Entre las más célebres destacan: .«Hay que recordar que cuando Adán y Eva estaban en el paraíso terrenal y se portaron mal, el primero que los exilió fue Dios». (Justificando el exilio de opositores en mayo de 1987). .«Los bolivianos siempre vivieron arriba del altiplano y nunca tuvieron nada». (Comentando la petición de salida al mar hecha por Bolivia. Junio de 1987).
«La CE no puede meterse en este asunto. Que se acuerden de que ellos son una momia política». (Sobre una petición de la CE para levantar el estado de emergencia en Chile). .«¿Qué quiere que le diga? El señor Letelier se murió». (Sobre el asesinato del canciller de Allende, Orlando Letelier, en 1987). Gris adulador de Pinochet, ejecutor obsecuente de la dictadura, Merino ha tenido el detalle, sin embargo, de añadir el toque de humor negro a un régimen que no estaba para risas. Por eso, quizá, ahora que se retira, los chilenos comentan con pretendida nostalgia: «Los martes ya nunca será lo mismo sin Merino». Digno final para el bufón de la corte.
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