Menuda nochecita

El primero en intentarlo fue un muchacho de pelo largo con una cazadora de cuero. Se separó del grupo que coreaba insistentemente «abrid la puerta», «abrid la puerta» y avanzó con paso decidido hacia el sector occidental. Antes de que hubiera llegado a medio camino, uno de los «vopos» lo tenía atenazado por el cogote. Lo llevaba pataleando como un conejo hacia la furgoneta cuando empezó a andar otro de los jóvenes y enseguida muchos más. A los dos minutos habían desbordado por todos lados a la policía En ese mismo instante, la vociferante multitud que esperaba en el sector occidental comenzó a encaramarse al Muro, a bailar encima, a dar aullidos de entusiasmo y lanzar cohetes. Ante los ojos atónitos de los «VOpos» la gente se puso a pasar en uno y otro sentido, regodeándose en el insólito placer de pisar por primera vez en veintinueve años uno de los puntos más inaccesibles y prohibidos de Europa. Sin saber de dónde, aparecieron los picos y un martillo con los que algunos se lanzaron con entusiasmo a derribar físicamente el Muro. Apenas habían hecho un par de diminutos agujeros, cuando irrumpió en la escena una camioneta de la policía con un cañón de agua en el techo. Unas pedradas, unas carreras y a los pocos minutos había retomado la algarabía, cuidadosamente estimulada por incontables botellas de vino espumoso.


Algunos de los que venían del Este afirmaban estar decididos a quedarse, pero la gran mayoría parecía más movida por la curiosidad que por el deseo de emigrar. A las dos de la madrugada, los locales nocturnos de la animada y estridente Kufurstendamm rebosaban de gente que bailaba abrazada, y se daba besos y cantaba en ese tono desgarrado que dan las borracheras de cerveza. A partir de esa hora, mientras continuaba el flujo en dirección al oeste de vehículos y personas por los ocho puestos fronterizos de Berlín, muchos de los que habían pasado a primera hora de la noche iniciaban ya el camino de retomo. La emocionante verbena berlinesa de anoche ha sido tan inesperada que ha habido gente que ha cruzado con el abrigo puesto encima del pijama, simplemente por la curiosidad de comprobar que lo que decía la radio era verdad.

Un hombretón con aspecto de camionero y manos enormes que retomaba eufórico al sector oriental cuando ya clareaba el día, me dijo entre grandes risotadas que su mujer no se iba a creer la historia. «Para que no piense que me he ido con alguna pelandusca, la voy a sacar ahora mismo de la cama, la subo al coche y me la traigo a dar una vuelta», decía entre carcajadas. El conductor de una grúa que arrastraba tras sí un renqueante cochecillo germanoriental, contaba muy ufano que a él y a su compañero se les ocurrió venirse a dar una vuelta cuando pasaban frente al paso de Bornholmer Strasse y vieron que la multitud salía en riada. «Nos hemos estado paseando por el otro lado, pero ahora nos tenemos que volver», se justificaba risueño el conductor. «El dueño de ese trasto debe estar desesperado buscándolo». De la misma forma que a la salida los «vopos» se habían limitado a observar estupefactos la estampida en dirección al Oeste, a la vuelta tampoco exigen demasiadas formalidades.

Algunos jóvenes se acercaban hasta los aduaneros occidentales y piden que les estampen un sello «para tener un recuerdo». Otros enfilan, en unos casos con paso firme y en otros tambaleante, hacia sus casas o trabajos. Desde primeras horas de la mañana varios miles de personas permanecen concentradas en el lado occidental del «Checkpoint Charlie» para dar la bienvenida a los que continúan llegando. La gente ha formado un pasillo y en cuanto aparece un coche de la RDA prorrumpe en aplausos. No importa si son emigrantes o jerifaltes del régimen comunista en visita de trabajo. Hay jóvenes con ramos que entregan una flor a cada uno de los que sale y grupos con botellas de espumoso que riegan parabrisas. Probablemente mañana, la ciudad se despierte con resaca y empiece a preguntarse cómo solucionar los ingentes problemas que plantea el flujo de emigrantes, pero por ahora vive, como la RDA, en plena «borrachera de libertad».

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