Michéle Mercier sentada en la cama

Entre los directores que tienen que agradecer a Braunberger haber contado con un productor con grandes cualidades de creador, se encuentran Renoir, Buñuel, Resnais, Godard y Truffaut. Su pasión por el cine la satisfacía desde los 17 años en que empezó a conseguir pequeños trozos de películas. Siendo un adolescente, ya se pudo atribuir el título de productor en la primera película de Renoir, «La hija del agua» (1925). Esta fue seguida por «Nana» (1926), una adaptación de la novela de Zola, que fracasó, en parte porque en los créditos aparecían los nombres de Catherine Hessling, Werner Kraus y Braunberger (un judío francés). El público gritaba: «¿Son boches!», «¡es una película boche!», «¿Abajo los boches!». 

Habían pasado sólo diez años desde Verdún. Produjo «Un perro andaluz» (1926), de Buñuel, hecho bajo la influencia del surrealista Breton, y «La edad de oro» (1930), prohibida después de que un grupo fascista llenara de tinta la pantalla del cine en que se proyectaba. El fue quien animó a Renoir a dirigir «Un día en el campo», basada en un relato corto de Maupassant. Después de que la película fue abandonada en el lluvioso verano de 1936, tras rodar tan sólo dos secuencias, decidió añadir títulos entre las escenas para explicar los pasajes perdidos. Una década más tarde, la obra maestra fue estrenada con gran éxito. 

Braunberger era aún una fuerza viva en el cine francés cuando nació la «nouvelle vague» en 1959. El dio a Resnais, una de las máximas figuras del nuevo movimiento, la oportunidad de realizar sus primeras películas, los innovadores documentales «Van Gogh» y «Guernica». Y produjo también la segunda película de Truffaut, «Tirez sur le pianiste» (1960). 

Esta última fue inicialmente considerada como no apta para menores de 18 años. Braunberger tuvo que limar algunas asperezas. Según reveló Truffaut, «la polémica no se refería al total de la película, sino a una sola escena en la que Michéle Mercier aparecía sentada sobre la cama, con los pechos descubiertos. Pierre Braunberger se comprometió a cortar uno de los pechos de la actriz (técnicamente muy difícil), con lo cual para el ministerio ya todo era aceptable. El combativo productor ganó así otra batalla en nombre del arte que tanto amaba.

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