Los repetitivos programas de ruleta en televisión

A las nueve de cada noche, haga calor o frío, sea martes, viernes o -¡incluso!- domingo (los sábados no, que los sábados todo son películas) Mayra Gómez Kemp aparece en Antena 3 con su concurso La ruleta de la fortuna. Su público es sin duda agradecido y fiel. Ya se sabe, por los estudios y los análisis, que el público agradece la programación rígida y la continuidad, y que no le gustan las alteraciones, las variaciones, lo esporádico. 

Es un hecho que los «programas especiales» registran, en general, menos audiencia que los espacios que son fijos en la «rejilla»: esos que todos saben que están ahí siempre, y siempre a la misma hora. (Eso es un axioma, y las televisiones comerciales lo aplican porque en ello se juegan su rentabilidad. TVE no lo aplica mucho. 

Más bien al contrario: en la televisión pública los espacios cambian de horario y hasta de cadena -de la «primera» a la «segunda», o viceversa- cada dos por tres, para despiste de su audiencia y de sus propios profesionales. Y no es porque TVE no tenga pretensiones comerciales, que éstas son cada vez más claras y predominantes, sino por esa atmósfera de vaivén, de desconcierto y de falta de criterios objetivos y estables que refleja la «casa»). 

El hecho es que Mayra aparece siempre a las nueve de la noche con ese concursillo simplón y eficaz, adaptado a nosotros, sin mayor esfuerzo de imaginación, del anglosajón The wheel of fortune, que no significa otra cosa que eso mismo, La rueda de la fortuna. Aparece ella tras una cabecera llena de luces, brillos y reflejos de esplendor pobretón, en medio de aplausos artificiales surgidos de una cinta magnetofónica, y saludando al espectador con profesionalidad, aunque sin gran entusiasmo. ¿Cómo mantener el entusiasmo, por muy profesional que uno sea, teniendo que repetir una entrada como ésa noche tras noche, durante meses y meses? 

La ruleta gira a toda velocidad. El programa sólo dura media hora, y en esos treinta minutos tiene que ocurrir todo: los concursantes concursan, uno de ellos gana y pasa a la final, el público interviene por teléfono intentando ganar también, y en la final, finalmente, el afortunado que llega hasta allí juega y concursa de nuevo pretendiendo ganar el mayor premio de todos, que, naturalmente, es un coche. En La ruleta de la fortuna reparten siempre «maravillosos» regalos: «sensacionales» equipos de fotografia, «increíbles» viajes, «maravillosas» motos. Todo con su epíteto grandioso. En fin, se parece a todos los demás concursos, sólo que aquí todo transcurre deprisa, condensado en un montaje rapidísimo. 

Todo se da por sabido. Nadie explica las reglas del juego. Los concursantes empiezan a concursar rápidamente, como si previamente alguien les hubiera explicado bien el guión del programa. ¿Y el espectador de televisión? Ya sabe la mecánica: es la ventaja de estos programas fijos, invariables, inmutables; el espectador es siempre el mismo, fiel.

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