El ludópata que no quería maquinitas

Él empezó en el juego «con 14 años. Luego empecé a ir a chalés por Prosperidad. Una noche, después de perder mucho dinero, no quise tirar de prestamista y me fui. A un amigo que se quedó lo encontraron unas semanas después en una cuneta con las dos piernas rotas. A mí, ahora, mi hija no me deja jugar ni con mi nieta a las maquinitas».

Tenía 50 años cuando su familia dijo basta. «Era el presidente de mi comunidad. Imagínate. Antes se cobraba todo en mano, en sobres. Bueno, una mañana nos cortaron el agua a todo el edificio. Y yo como si nada, abrí la arqueta, quité el precinto, y palante. Cuando los vecinos se enteraron de que había desfalcado 600.000 pesetas me querían linchar. Llegó mi hija, pagó el dinero y me obligó a rehabilitarme. Y lo hice».

Máximo siguió un periplo similar. «Empecé con partidas tontas de cartas, bobadas. Cuando llegué al póquer el descontrol ya era absoluto. Jugaba cantidades absolutamente exageradas. Me salvó mi madre, que lo dejó todo para salvarme. Lo primero que destrozas es la familia», cuenta.

El proyecto de Eurovegas les parece que «está haciendo con los políticos como los trileros con los incautos. El trilero te dice: 'Mira la bolita, mírala'. Y tú piensas: '¿Una bolita? A éste lo engaño yo'. Y no, te engaña él a ti. Esta gente son jugadores, y les van a hacer lo mismo a los políticos. La bolita es el dinero. Les están diciendo: 'Mira el dinero'. Y cuando se den cuenta, el dinero que habrá volado es el nuestro, el de todos».

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