Cosas que duelen con la edad

Y no me refiero a la próstata, a los pequeños achaques que van reproduciéndose con alarmante frecuencia o, si se quiere, al cáncer. Me refiero, por ejemplo, a leer Historia. Entonces, sencillamente, uno se plantea si los humanos hemos evolucionado en algo que no sea tecnología punta. Porque nosotros, no digo ya como raza sino en tanto civilización occidental, dudo que hayamos dado tal paso. En efecto, vamos dando lastimosos bandazos que en realidad nos obligan a dar. Así, somos una civilización vendida, aunque superinformada. Es decir, tenemos los suficientes elementos como para contemplar una radiografía del desastre hacia el que nos dirigimos de forma inexorable. Y viene esto a cuento porque en los últimos días me han preguntado con frecuencia por el legado que nos dejó la Revolución Francesa. Esta es mi opinión.

En aquella movidita época, adecuándolo a las circunstancias, la gente también andaba muy, pero que muy quemada. Salían de ese periodo llamado Ilustración que equivaldría a nuestra actual «tecnología» pero que en dicho caso sólo afectaba a los más pudientes y adinerados. Hoy se encuentra tecnología hasta en una chabola. No obstante, en la vida diaria, la gente de a pie tenía serios problemas para sobrevivir. Los tan temidos diezmos eran los impuestos actuales. Y las llamadas a recaudar dinero para la guerra (como la que Francia tuvo con Inglaterra en tierras de Norteamérica) equivaldrían a nuestros actuales recortes. Los ricos eran cada vez más ricos y los pobres más pobres. 

La corrupción campaba por sus fueros, y lo que entonces podía considerarse la clase política no tenía precisamente la confianza del pueblo. Otrora hubo anútebas y diezmos, mientras que hoy tenemos recortes y miedo. Ya no somos analfabetos o ágrafos, pero, como entonces, igualito a entonces, no sabemos qué va a ser de nosotros el día de mañana.

Hoy nosotros, los españoles, vivimos en una sociedad en la que las personas, hasta ayer perfectamente normales, se tiran desde una ventana porque van a quitarles su casa. Los más caen en la desesperación porque han perdido sus trabajos y, peor, no existen muchas posibilidades de encontrar otro con el que alimentar a sus familias. Ahí tocamos ya una fibra muy delicada. Mucho. Por lo tanto, pasa lo que pasa y se dan casos como el de ese falso empresario catalán que ha estafado 800 millones de euros a los de Azerbaiyán. El tipo tiene portales de apoyo en Internet y es un auténtico crack para muchos. En el fondo y en la superficie, gusta cuando un estafador estafa a los estafadores. Pero ello significa que las cosas están decididamente torcidas. Se diluye la propia idea de la justicia. Y eso, a largo plazo, es el fin de la Democracia. Cabe decir: otra Revolución ya ha empezado.

De modo que no hemos evolucionado tanto desde la Revolución Francesa a la actualidad, por lo menos en lo óseo de nuestro sentido de ciudadanos. Pero sí llama poderosamente mi atención el hecho de que el político más odiado, insultado, calumniado y «perseguido» en Europa (y así fue hasta el advenimiento de Hitler) haya sido Robespierre, a quien se conoció como el Incorruptible.

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