Las muñecas que menstrúan son lo último en juguetes

Sociólogo de acera, uno quisiera establecer en estos días una modesta sociología del niño, y digo en estos días porque los regalos y juguetes de Reyes, más el origen legendario de todo esto, ponen al niño en trance propio para ser estudiado. Porque el niño, más que esa cosa que estudia, debiera ser para nosotros una cosa que se estudia. La moda de este año parecen ser las muñecas que se dejan crecer el pelo, tienen un niño y no sé si incluso menstrúan. Anoche, en casa de Fernando Fernán Gómez, en un sorteo entre amigos, a María Asquerino le tocó un humanoide animado que responde con el relampagueo de los ojos al sonido de la voz. 

María es nuestra niña y le hizo mucha ilusión el muñeco irascible, y eso que a ella no le va la marcha. Pero hemos observado en general que los muñecos que más evolucionan son los femeninos y los animales. A las muñecas/niñas la juguetería les ha adelantado las funciones sexuales (anhelo secreto de toda chica pequeña), y a los animales se les humaniza de una forma ligeramente espantosa, o espantosamente cursi y en todo caso equivocada. Aquí pasa como en el circo. 

No se ha entendido que la fascinación del niño y el animal está en que son creación pura, vida espontánea (no digo angelical), presente absoluto, y por eso el elefante vestido de cocinera, en el circo, o la muñeca prematura y monstruosamente preñada, aunque en principio ilusionen a la gente reciente, en realidad constituyen una pedagogía inversa y confusionaria, como los zorros y las monas filosofantes de La Fontaine. Y encima nos dicen que estas muñecas multíparas suponen una aséptica pedagogía sexual para la niña. La niña, en principio, sabe de qué va la cosa mucho antes de lo que sus padres imaginan. Y la cosa es un trance mucho más violento, sucio, grandioso, doliente y trascendente que ese vil truco de juguetería. 

En tanto que los animales hablan cada vez mejor y pronto dirán tantas tonterías como un diplomático, en tanto que las muñecas aceleran sus ciclos sexuales y reproductores y pronto serán tan fanáticas de la maternidad como doña Carmen de Alvear o doña Isabel Tocino, en tanto, digo, los soldados de plomo o los caballos de cartón no han evolucionado paralelamente. Ya sé que hay (y lo estoy viendo en El Corte Inglés) una especie de geos portátiles para los niños y que con las perfeccionadísimas metralletas de juguete se han atracado Bancos. 

Pero la guerra y la violencia son impopulares en un cambio de año y de era en que, al fin, la paz se insinúa en la tierra para los hombres de buena voluntad: ahí tienen la paz urgente que le han distribuido a Drácula. Con lo que a los niños, que se han quedado también sin enemigo, como el señor Bush, no les queda otra dimensión épica que la guerra de las galaxias, igual que a la OTAN. Por la televisión, que al ser un medio caro resulta selectivo y representativo de las verdaderas tendencias, se anuncia hoy más la vida que la muerte: vende más el bebé de la muñeca que la ametralladora musculada de Rambo. 

A mi sobrina Olga, la de Moratalaz, que es rubia, esbelta y malvada, le he regalado una muñeca a la que le crece el pelo con igual obstinación que a Rodríguez Sahagún. Los adultos somos incorregibles y regalamos a los niños lo que quisiéramos para nosotros. Los juguetes de este año son, en general, una reproducción a escala del cambio de postura que está ensayando la humanidad. Un regalo de Reyes suele suponer, más que el capricho del niño, el fantasma de un anhelo o desconsuelo de los padres. 

Pero la imaginación infantil es arborescente y va por donde quiere, gracias a Dios. Un niño a quien regalé un gato (de verdad), le enseñó a jugar al fútbol. Lo dijo Cocteau, con su profundidad alígera: «¿Qué sería de los niños sin la desobediencia?».

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