Sólo me felicitan los grandes almacenes

Me sentía yo muy sola estas Navidades, cuando un buen día, al abrir mi buzón, me encontré una felicitación de ¿adivinan quién? los Grandes Almacenes X. De hecho, yo había tenido ya ocasión de percibir la inmerecida simpatía que los Grandes Almacenes X derraman sobre mi humilde persona. Lo había intuído cuantas veces me adentraba, procedente de la fría e inhóspita calle, en el cálido interior de su edificio de seis pisos. 

Me recibía un alegre estallido de colores, el calor de una calefacción generosa, celestiales músicas, embriagadores perfumes y afectuosas voces que desde el más allá, me susurraban al oído que en tal departamento encontraría piernas ortopédicas de oferta, en tal otro -con motivo del Día del Animal Doméstico- miles de regalos para mi periquito, y que en la quinta planta se estaba saldando toda Asia del Sudeste.

Ese afecto que como caigo, sospechaba, lo pude comprobar de forma fehaciente cuando recibí una cariñosa carta de los Grandes Almacenes X en persona ofreciéndome el disfrute de una tarjeta de crédito que habían concebido especialmente para mí. Me emocionó mucho, como se puede comprender... «Especialmente para usted», recalcaba, y lo corroboraban cartas posteriores que ponían a mi disposición tal o cual ventaja. 

Hace unos meses, por primera vez, mis queridos amigos los Grandes Almacenes X me felicitaron mi cumpleaños y poco después, mi onomástica. Luego me dieron el pésame por la muerte de mi tía abuela -que me desheredó hace treinta años, pero ellos no tenían por qué saberlo-, y ahora, solícitos, me desean una feliz Navidad y un próspero Año Nuevo. Alguien me quiere. Alguien piensa en mí. Alguien vendrá a traerme flores. Ya puedo morir tranquila.

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