En ocasiones hay que dar un taconazo

Que este discípulo del neoliberalismo haya sido elegido como candidato del oficialismo sólo puede justificarse en el éxito económico de los últimos años del Gobierno militar. Un éxito que todos, unánimemente, le reconocen, pese a que el cargo de ministro de Hacienda pasa por ser uno de los más impopulares en todos los lugares del mundo. Para Büchi, en cambio, su trabajo con Pinochet es una buena baza electoral.

En el último acto de su campaña pidió, con una convicción terrible, que se le diera el voto para poder llegar a ser presidente de la República: «Si lo consigo, crearé un millón de nuevos puestos de trabajo. No es una promesa vana, recuerde que una vez ya lo hice», señaló. 

Mientras dirigió la cartera de Hacienda, Büchi hizo más razonable el tamaño del Estado y creó curiosos sistemas de Sanidad y Pensiones; condujo el salteamiento de la banca y del sistema financiero y controló -cuando no redujo- las dimensiones de la deuda externa. Nadie olvida en Chile que el mismo día que fue nombrado ministro de Hacienda, Büchi llegó caminando hasta el Palacio de la Moneda y después se marchó a casa en un autobús, sorprendiendo a la escolta, que le perdió de vista.

Muchos de los que le vieron jurar el cargo por televisión pensaron que el general Pinochet le ordenaría que adoptase un corte más prusiano para su cabellera, pero no fue así. Uno de los cortesanos del general afirmó más tarde que a Pinochet hasta le gustaba la cabellera de Büchi. Algunos razonaron -justificadamente- que posiblemente le recordara la forma del casco nazi-prusiano que aún utilizan los suboficiales del Ejército chileno. Con toda su estudiada agresividad y los consejos de sus asesores de imagen, «el hombre» sigue mostrando cierta timidez y, aunque esté rodeado por una multitud, parece un hombre solo y distante, como si de pronto quisiera salir corriendo a refugiarse en su despacho entre sus libros de cuentas y sus manuales de economía.

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